dilluns, 12 d’abril del 2010

Jorge Luís Borges. Obras Completas I (RBA-Instituto Cervantes)

Llegir un volum de les obres completes d'un qualsevol escriptor, és tota una aventura. Si aquest escriptor és J. L. Borges, és molt més que això, és una experiència vital.

Aleshores, resulta impossible esperar a donar una ressenya quan s'acabi el volum, a les seues 1150 pàgines.

Així que, un cop llegits Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925), Cuaderno San Martín (1929), i Evaristo Carriego (1930), trobe que comença a ser hora d'anar donant les meues primeres impressions.

Els tres primers llibres, de poesia, m'han recordat la millor generació del 27 (acudesc a la wikipèdia per comprovar que Poeta en Nueva York és del 29-30)

El quart, de crítica literària, ens mostra un poeta local i segurament mediocre, Carriego, que bé podria haver estat un heterònim, a l'estil dels de Pessoa, només que aquest és real i distint de Jorge Luís Borges.

Però parle de crítica literària, oblidant que res no resulta tan senzill i unívoc quan parlem de Borges.

Deixe ací un capítol que em sembla molt significatiu de com la narració de la vida d'un escriptor i la crítica literària de la seua obra, li serveix com a pretext per parlar del seu país en una excursió sorprenent:


UN MISTERIO PARCIAL


Admitida una función compensatoria del tango, queda un breve misterio por resolver. La independencia de América fue, en buena parte, una empresa argentina; hombres argentinos pelearon en lejanas batallas del continente, en Maipú, en Ayacucho, en Junín. Después hubo las guerras civiles, la guerra de Brasil, las campañas contra Rosdas y Urquiza, la guerra del Paraguay, la guerra de frontera contra los indios... Nuestro pasado militar es copioso, pero lo indiscutible es que el argentino, en trance de pensarse valiente, no se identifica con él (pese a la preferencia que en las escuelas se da al estudio de la historia) sino con las vastas figuras genéricas del Gaucho y del Compadre. Si no me engaño, este rasgo instintivo y paradójico tiene su explicación. El argentino hallaría su símbolo en el gaucho y no en el militar, porque el valor cifrado en aquél por las tradiciones orales no está al servicio de una causa y es puro. El gaucho y el compadre son imaginados como rebeldes, el argentino, a diferencia de los americanos del Norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción; lo cierto es que el argentino es un indivíduo, no un ciudadano. Aforismos como el de Hegel "El Estado es la realidad de la idea moral" le parecen bromas siniestras. Los films elaborados en Hollywood repetidamente proponen a la admiración el caso de un hombre (generalmente, un periodista) que busca la amistad de un criminal para entregarlo después a la policía; el argentino, para quien la amistad es una pasión y la policía una maffia, siente que ese "héroe" es un incomprensible canalla. Siente con don Quijote que "allá se lo haya cada uno con su pecado" y que "no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello" (Quijote, 1, XXII). Más de una vez, ante las vanas simetrías del estilo español, he sospechado que diferimos insalvablemente de España; esas dos líneas del Quijote han bastado para convencerme de error; son como el símbolo tranquilo y secreto de una afinidad. Profundamente la confirma una noche de la literatura argentina: esa desesperada noche en la que un sargento de la policía rural gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra sus soldados, junto al desertor Martín Fierro.

1 comentari:

Anònim ha dit...

Il semble que vous soyez un expert dans ce domaine, vos remarques sont tres interessantes, merci.

- Daniel