dissabte, 16 d’agost del 2014

Menudas historias de la historia. Nieves Concostrina

Un fresc i refrescant llibre fet a base d'anècdotes i historietes contades amb humor però no per això menys reals. Valga com a exemple aquest capítol:

La penicilina, asesina de estafilococos

El hallazgo más extraordinario del siglo xx, aún sin parangón en lo poco que llevamos del xxi, es la penicilina, la primera sustancia que demostró ser capaz de mantener a raya a las bacterias dentro del organismo humano.A mediados de agosto de 1928 el profesor de bacteriología británico Alexander Fleming, harto de ver la cara sólo de los microbios que criaba en su laboratorio, decidió tomarse unas vacaciones.Y era 22 de septiembre cuando el profesor Fleming regresó a sus probetas y sus pipetas y descubrió que era un genio. Por casualidad, pero un genio.

Fleming, prototipo del investigador desordenado, por no decir cochino, antes de irse de vacaciones olvidó sobre una de las mesas del laboratorio una placa de cultivo con bacterias, concretamente estafilococos. A su regreso comprobó que en aquel cultivo bacteriano se había instalado un hongo. Un «hongo okupa» al que nadie había invitado. Igual que cuando te olvidas en un rincón de la nevera un bote de tomate frito y cuando meses después te apetecen un par de huevos con tomate descubres que dentro del bote hay una decorativa capa de moho verde y blanco. Eso sucedió en el laboratorio de Fleming.Y menos mal que se fijó en el hongo, porque estuvo a punto de tirarlo.

Pero se fijó, sobre todo, en que sus estafilococos, aquellos que se olvidó cuando se fue de vacaciones,y justo los que estaban en contacto con aquel hongo, estaban aniquilados. Al asesino le puso por nombre penicilina.

Como la envidia es muy mala, a Fleming le dieron en principio un par de palmaditas en la espalda y le dijeron que, bueno, para curar un par de infecciones sencillitas la penicilina estaría bien. Años después, las palmaditas en la espalda se las dio el rey de Suecia cuando le entregó el Nobel de Fisiología y Medicina. La penicilina había salvado miles de vidas en la Segunda Guerra Mundial, y aún hoy las sigue salvando.

Tanto, que hasta los toreros agradecidos le dedicaron un monumento en Madrid, porque morían más de infecciones que de cornadas. No hay japonés que pase por la plaza de Las Ventas que no se pregunte qué pinta un torero de bronce haciendo un brindis al busto del doctor Fleming.

I com aquest un fum.

El que dic, lectura d'estiu, agradable i lleugera que, a sobre i com qui no ho vol, t'instrueix.